Descubrimos demasiado tarde que la vida es incertidumbre, que, por mucho que luchemos, la línea que separa el éxito del fracaso es siempre difusa, borrosa. Un golpe del azar, como aquel que logra encumbrar a un boxeador, o derriba sobre la lona todos sus sueños, es capaz de reescribir nuestra peripecia vital con un guión que nunca habíamos previsto.
“Aunque cuenten más mis derrotas” reposa sobre ese escenario metafórico de cuerda y lona que es el cuadrilátero. Cruzando la tarima, se proyecta en la mirada una frontera imaginaria entre el vencedor y el vencido.
De espaldas al boxeador caído, un púgil alza sus brazos victoriosos. Recibe el halago de los reporteros y la mirada cómplice de los espectadores. Suyos son los parabienes de la fama, pero también la adulación interesada, el fulgor empalagoso de las cámaras. En el otro plano, refugiado contra las cuerdas, el luchador derrotado devuelve un gesto perdido, desconcertado. Es suyo el rostro grave del fracaso. A la vez, esa es la lección, ambos hombres no son sino caras de la misma moneda.
He aprendido que es también en la caída cuando sabe germinar con más fuerza la esperanza. Es en los malos momentos cuando se glosa también más puro el sentido del amor y de la amistad. Esos valores encuentran su figura en sendos personajes. Uno es la compañera que lo consuela, mientras acaricia con ternura su rostro. Otro, el viejo entrenador que acude, fiel y apesadumbrado, en su ayuda.
Es en la oscura travesía de la derrota, en los tiempos de dolor, cuando se criba el grano sobre la paja, cuando descubrimos quienes permanecieron a nuestro lado y quienes nunca debieron estar allí.
"Aunque cuenten más mis derrotas contra las cuerdas,
Y el deslavazado cartel de los días de pretérita gloria
Presida ahora un pálido olvido…
No me llames perdedor
Aunque me sienta perdido
Aunque sean las cicatrices que resigues con tus dedos,
-como irregulares cordilleras en la geografía de mi piel-,
La memoria de mis combates…
No me llames soñador
Porque quiera seguir soñando
Y si se quiebran hoy esos abrazos que un día llamara amigos,
En la huérfana y amarga noche que concita el fracaso,
No me herirá un revés del desdén
Más que el directo del halago
Hoy, en este teatrillo de lona,
Brillará más el relámpago de otra mirada,
La rabia de la juventud, rival y descarada.
Al saber que en la elegía del ring,
Nunca golpeará más fuerte
El miedo de quien lo ve todo perder
Que el hambre de quien nunca tuvo nada
Se barajarán así las cartas marcadas,
Y cesarán los vítores en sordo duelo,
Por el orgullo que se queda sin trono,
Por las heridas que manan del alma…
Seré entonces como el pájaro preso,
Cuyos sueños no batirán, cuando caiga,
Más sus alas lejos del suelo."
Enlace en alta resolución: www.flickr.com/photos/santasusagna/8229638931
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