Paseando por las calles de mi ciudad he sido testimonio de un diminuto y hermoso milagro que nunca me ha dejado de asombrar. En algún anónimo rincón, entre las grietas de la alfombra de asfalto, ajena a la suciedad y al caminar apresurado de los transeúntes, he visto cómo brotaba frágil y desafiante una pequeña flor. ¿Cómo era posible que algo tan delicado pudiera abrirse paso? ¿Cómo podía siquiera sobrevivir entre esa coraza gris?
Quizás no me debiera extrañar tanto porque, como dijo el poeta en su tiempo, nadie pudo detener la primavera. Aunque el ser humano construya castillos en el aire sobre el progreso indefinido o las bondades de la tecnología, aunque le demos obstinadamente la espalda, la naturaleza siempre hallará un curso propio a seguir.
No podemos saber qué definirá el siglo que vivimos. Nos falta con seguridad una perspectiva suficiente. Sin embargo, intuyo que la crisis climática será la que señale nuestro destino. Y, en ese camino, los expertos dicen que nos estamos quedando solos como especie. No nos damos cuenta que los biosistemas sobre los que se sustenta nuestro bienestar dependen de muchos otros actores animales y vegetales, como engranajes de una gran maquinaria, sin los cuales el conjunto se colapsa y se acaba por desmoronar.
Al respecto, existe un tipo de turismo muy peculiar que centra su interés en aquellos enclaves en los que, por alguna catástrofe ambiental o derivaciones políticas o económicas, ha cesado la presencia del hombre. El bosque que rodea la central nuclear de Chernobil, los antiguos asentamientos mineros de Namibia o la zona de exclusión entre ambas Coreas son una buena muestra de ello.
En todos aquellos lugares la naturaleza ha regresado con fuerza, de inmediato para reclamar su propiedad. En el transcurso de pocos años, los edificios se han erigido en refugio de una fauna que campa libre y las calles han sido engullidas por las raíces de los árboles o sepultadas por las implacables dunas del desierto.
Quizás sea el final que nos espera si no nos apeamos de esta carrera sin sentido. Quizás mañana apenas no quede de nosotros sino un vago recuerdo, ruinas en abandono como esqueletos de nuestra ceguera.
Enlace en alta resolución: www.flickr.com/photos/santasusagna/48953366757
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