Hace un tiempo escribí un relato breve contra la guerra. En él, un narrador desgranaba un episodio, acaso inventado, ambientado en medio de un doloroso conflicto entre los ejércitos japonés y ruso, una pugna acaecida a principios del siglo pasado. No se trataba de construir una gesta de héroes ni de aquellos grandes ideales que alientan a sus corazones, sino un pequeño ejemplo de aquellos momentos en los que el hombre debe, más que nunca, convertirse en la medida de todas las cosas.
“Ryu” narra una historia pequeña, el transcurso de unas simples horas muertas. Aprovechando un breve permiso, tres soldados intentan afrontar sus miedos y sus anhelos antes de la batalla que palpita inminente, un combate que, respondiendo a los presagios, separará sus destinos para siempre.
Las guerras nunca han sido honestas, nunca para aquellos que han sido entregados a ellas, como fútiles peones en un tablero cuyas reglas jamás llegan a conocer. Quizás las banderas sean así, despojadas de su mística, sólo un pedazo de tela ondeando al viento y desde entonces, como dice uno de los personajes, se convierta en nuestro deber encontrar aquella que nos pertenece, cuyos principios merecen ser defendidos. A pesar de ello, lejos de ser un relato triste, “Ryu” pretende ser un canto a la esperanza, como la coda con la que remata la historia uno de los soldados:
"Tras la oscura noche
Todos los vientos
Escamparán la nueva simiente…"
Enlace en alta resolución: www.flickr.com/photos/santasusagna/12041077776
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