¿En qué momento comenzamos a comprender que los sueños por los que luchábamos nunca llegarían a realizarse? ¿Cómo llegamos a ese punto de inflexión? Hace muchos años un amigo me dijo que a menudo perseguíamos metas que nunca nos darían la felicidad. Recuerdo que aquella frase me hizo reflexionar bastante. En su momento, en el fondo, ni siquiera la fui capaz de entender. Resquebrajaba toda la arquitectura de mi pensamiento, porque, con la confianza que te da la inmadurez, apuntaba mi felicidad a una diana equivocada. Cuando crees en la promesa del futuro, no te hayas en la disyuntiva de elegir qué cosas importan en la vida. En realidad, lo supe mucho más tarde, son bastante bien pocas.
Hace unos meses acudí al cine animado por los elogios que había leído sobre "La ciudad de las estrellas". En un momento, Mia, el personaje al que da vida la actriz Emma Stone, canta sobre la vida bohemia, reflejada en la historia de su tía en París y su ansia por vivir. Tras el epílogo, aguanté la compostura pero, al llegar a casa y recuperar aquella canción, me puse de repente a llorar.
A veces nuestro propio cuerpo reacciona de un modo que a la razón, el estricto sargento que procura gobernar nuestro comportamiento, se le escapa. Quizás por ello resulta necesario atender a lo que sentimos en ese precioso momento y que no nos permitimos habitualmente expresar. Aquella noche rescaté de la memoria personas de mi pasado, gente que había seguido el canto de sirena de sus sueños, hasta embarrancar en un mar oscuro y sembrado de escollos. Recordé al señor Herrera, un conductor del autobús escolar, que de joven había intentando una carrera en la ópera, o a David, y a Sergio, unos amigos de juventud, que dejaron la universidad para dedicarse al teatro sin conseguir el éxito. Pensé también en mí mismo, engañándome, peinando canas con sueños que habían ido lentamente envejeciendo conmigo.
Otra vida, con sus apremiantes necesidades, había desmoronado ese dulce engaño. Y aun así, de vuelta a la realidad, conscientes de su derrota, en todos ellos esa llama, como cantaba Mia, había seguido tenue, frágil, quemando en su interior.
No quiero detenerme más en un pasado que ya no existe. Por eso, esta obra también va a dedicada a aquellos amigos jóvenes que intentan ahora labrarse un camino en el difícil mundo del dibujo, la canción, el baile, la fotografía... Pienso en los obstáculos que tendrán que sortear, de las puertas que tendrán que golpear para que se abran, empujándolas incluso a empellones. Pienso también en las ilusiones que irán dejando atrás, como una carga que un día ya no se sentirán capaces de continuar llevando, y en los puños cerrados, ante las oportunidades que no les serán brindadas. Ojalá lleguen ellos a donde nunca llegamos nosotros, que tengan el premio que se merece su esfuerzo, pero, más allá de los efímeros reconocimientos, incluso de la embriaguez del éxito, ojalá descubran la felicidad en ese empeño, que nunca se apague esa hermosa y pura llama que llevan dentro.
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