Songbook

un viaje musical a través de la pintura

Nada en nuestra vida es extraño al mundo que nos rodea. Las decisiones que tomamos o las emociones que sentimos, a menudo son susurradas al oído por esas musas que, sin darnos cuenta, juegan y bailan entre nosotros. La inspiración es un juego de préstamos, o de robos conscientes o imaginarios, en el que todos dan y reciben un pequeño tesoro. Abandonemos la presuntuosa idea de la genialidad y el don divino, porque la magia del arte es que todo nace de la elaboración o el enriquecimiento de aquello que otra gente creó antes. 

 

En este sentido, la música es sin duda uno de esos traviesos espíritus libres que desde tiempo inmemorial nos han acompañado, dejado en nuestra historia una huella profunda y firme.
 
En relación con la música , reconozco que de la misma manera que determinadas canciones han titulado algunas de mis obras -“Cloudbusting”, “The fools who dream”, “The good side”, “Mushaboom”-, otras veces han estado objeto de los personajes retratados, como en el caso de "Esa clase de gente", “Música” o “Día de baile”. En otros proyectos su influencia ha sido como una banda sonora constante,  alentándome, impulsándome como si esa letra o aquella melodía hubieran sido la mano sujentando el pincel sobre el lienzo en blanco. Así ha sido, por ejemplo, en los casos de “Retorno al reino perdido”, “Elogio de la diferencia”, “El chico que soñaba con las estrellas” o “Bandera blanca”, entre otros.  

 
Esta muestra quiere rendir, en este sentido, un pequeño homenaje a la música como arte, pero también ser una humilde reflexión sobre todo el proceso creativo y las fuentes de inspiración que lo alimentan. 

 

"Songbook, un viaje musical a través de la pintura"
Del 2 al 31 de mayo de 2023
Taller Balam
Plaça Ventura Gassol 3
08023 Barcelona

Cierra los ojos y descubre en esta lista de Spotify una banda sonora para algunas de las obras que forman parte de "Songbook, un viaje musical a través de la pintura".  Esta no es en absoluto una lista cerrada. ¡Si alguno de los cuadros te sugiere algún tema en concreto, sólo tienes que proponerlo! 

Escucha la lista en Spotify.

"Cloudbusting"

Acrílico sobre lienzo, 100x81 cm, 2022

 

Cuando eres pequeño, el mundo se percibe en una escala diferente. El tiempo se demora o se apresura ajeno al mecánico compás de los relojes y, como si te asomaras al tamiz mágico de un caleidoscopio, la imaginación termina abrazándose con la realidad de un modo inesperado. En los ojos de un niño, la frontera entre lo que uno divisa y uno sueña es tan borrosa y delicada como el trazo de una tiza. Con el recuerdo, la silueta de los sitios y las personas que una vez conocimos suavizan sus aristas y agrandan su sombra hasta convertirse en gigantes.

 

Peter Reich escribió en 1974 “El libro de los sueños”, unas memorias en las que evocaba su infancia feliz y despreocupada en una remota granja de Maine, intentando atrapar nubes y cosechar lluvias de ellas con un extraño artilugio de tubos y engranajes, el “cloudbuster”, una misteriosa máquina construida por la febril inventiva de su progenitor. Su padre, Wilhem (Dobzau, 1897 - Pennsylvania, 1957), un refugiado austríaco que había huido de la persecución nazi, había sido considerado en su juventud como uno de los pensadores más lúcidos y atrevidos de su tiempo pero para las autoridades americanas apenas era sólo un mediocre charlatán, alguien que con los años acabaría su vida en prisión y sus obras destruidas en el fuego por mandato judicial.

 

Sin embargo, nada de lo que dijeran los hombres de gris y las acusaciones que versaron sobre aquella persona importó al pequeño Peter. En el fondo, con todos sus claroscuros, nuestros padres dan rostro siempre a nuestros primeros héroes y compañeros de aventuras. A pesar de sus errores y faltas, son quienes nos modelan el espíritu y nos convierten en los seres que llegamos a ser.

 

La lectura de toda aquella historia y la frágil figura del padre perdido, según la mirada del hijo que le rememora, acabó inspirando una de sus mejores canciones a Kate Bush, la célebre cantante y compositora británica. “Cloudbusting”, publicada a mediados de los ochenta sigue siendo hoy tan conmovedora como en su estreno y una de sus canciones más recordadas.
  

Escucha "Cloudbusting" del disco "Hounds of love" de Kate Bush en Spotify

"Esa clase de gente (que a otra gente le gustaría ser""

Acrílico sobre lienzo, 100x81 cm, 2021

 

En 1981 se estrenó una película en las carteleras americana que venía firmada por Blake Edwards, el célebre director de “Desayuno con diamantes” o “La pantera rosa” y que protagonizaba Julie Andrews, la actriz que había triunfado en taquilla con “Mary Poppins” y “Sonrisas y lágrimas” y que, en aquel momento de su carrera, buscaba salir de cierto encasillamiento en los papeles que le ofrecían. Algunas críticas definirían aquella obra como un musical pero a buen seguro es más acertado etiquetarla como una comedia con canciones. “Victor o Victoria” se basa en una mediocre cinta alemana de 1933 pero cuyo argumento nos plantea por primera vez la historia de una mujer que finge ser un hombre que finge a la vez ser una mujer, algo tan absurdo que nadie en sus cabales podría creer. Sin embargo incluso de las premisas más extrañas, cayendo en buenas manos, se acaban tejiendo historias formidables.

 

Tiempo antes Bob Fosse había alcanzado con “Cabaret” un notable éxito de crítica y público, adaptando la novela “Adiós, Berlín” de Christopher Isherwood. De aquel film permanecen en nuestra memoria muchos temas musicales, coreografías rompedoras y también la descripción de cierta ambigüedad moral y sexual, el ambiente libre y decadente de la Alemania anterior al ascenso del nazismo. Frente a ello, “Victor o Victoria”, ambientada en un idealizado París de 1934, se nos puede antojar como su reflejo amable: no intenta exacerbar el drama de unos personajes que sufren por ser quienes son y amar a quienes aman. Al fin y al cabo, como ya lo habían demostrado antes genios del cine como Lubitsch y Wilder, el humor es una arma que, bien afilada, puede con todo.

 

La estrella de la función es Victoria Grant (Julie Andrews) o podríamos decir su “alter ego” masculino, el misterioso y ambiguo conde Víctor Grazinski, un personaje que se inventa, junto a su amigo Toddy (Robert Preston), una “vieja reina” que nunca ha creído en los armarios, para  triunfar en París y recibir aquellas oportunidades, aquel éxito que como mujer siempre se le ha vedado.

 

La libertad de expresarse sin cortapisas es otro de los ejes principales de la trama. En otro momento de la película vemos que para Victoria y King resulta frustrante poder bailar sólo en determinados espacios seguros, aquellos clubs cuyas puertas se cierran con llave, o retenerse antes de coger de la mano o besar a quien quieres en la calle. Y es que un gesto en apariencia tan trivial y hermoso, a ojos de una sociedad hostil, es todo un desafío, salvo en pequeños reductos clandestinos de tolerancia. Si hasta aquel momento en sus relaciones anteriores, tanto Victoria como Marchand han podido mostrar el amor sin cortapisas ahora, dos hombres a los ojos de los demás, echan en falta ese privilegio. Se hayan encerrados en una prisión invisible, la del disimulo, la de la ocultación, la del miedo en la que otros, en cambio, siempre han permanecido.

 

Aparte del vestuario y los decorados art decó, la música es la otra gran alma de la película. Henry Mancini, un viejo colaborador de Blake Edwards, junto al letrista Leslie Bricusse fueron los encargados de la partitura original que combina con fluidez apuntes de jazz y fox-trot. Sin embargo, a diferencia de un musical puro y duro, las canciones no detienen nunca la trama sino que la acompañan empujándola hacia delante. Así, por ejemplo, mientras el número “Le Jazz Hot” sirve para descubrir la figura del conde Grazinski o “You and me” es un alegato a la amistad sin ataduras, “Crazy World” ahonda en el momento turbulento que vive la relación de Victoria y King Marchand.

 

En la gala de los Oscars de aquella edición, mientras Julie Andrews optaba al galardón por su interpretación del conde Grazinski, en su apartado masculino, Dustin Hoffman era nominado por su rol femenino en “Tootsie”. Hubiera sido una coincidencia maravillosa pero, al final de la velada, sólo él se llevo la estatuilla a casa… Por desgracia, ¡la Academia nunca entendió el chiste!.

 

Escucha a Julie Andrews y Robert Preston en "You and me" de la banda sonora original de "Victor o Victoria"  en Spotify

"A los locos que sueñan"

Técnica mixta sobre papel, 44x64 cm, 2017

 

¿En qué momento comenzamos a comprender que los sueños por los que luchábamos nunca llegarían a realizarse? ¿Cómo llegamos a ese punto de inflexión? 

 

Hace unos meses acudí al cine animado por los elogios que había leído sobre "La ciudad de las estrellas". En un momento, Mia, el personaje al que da vida la actriz Emma Stone, canta sobre la vida bohemia, reflejada en la historia de su tía en París y su ansia por vivir. Tras el epílogo, aguanté la compostura pero, al llegar a casa y recuperar aquella canción, me puse de repente a llorar.

 

A veces nuestro propio cuerpo reacciona de un modo que a la razón, el estricto sargento que procura gobernar nuestro comportamiento, se le escapa. Quizás por ello resulta necesario atender a lo que sentimos en ese precioso momento y que no nos permitimos habitualmente expresar. Aquella noche rescaté de la memoria personas de mi pasado, gente que había seguido el canto de sirena de sus sueños, hasta embarrancar en un mar oscuro y sembrado de escollos. Recordé al señor Herrera, un conductor del autobús escolar, que de joven había intentando una carrera en la ópera, o a David, y a Sergio, unos amigos de juventud, que dejaron la universidad para dedicarse al teatro sin conseguir el éxito. Pensé también en mí mismo, engañándome, peinando canas con sueños que habían ido lentamente envejeciendo conmigo.

 

Otra vida, con sus apremiantes necesidades, había desmoronado ese dulce engaño. Y aun así, de vuelta a la realidad, conscientes de su derrota, en todos ellos esa llama, como cantaba Mia, había seguido tenue, frágil, quemando en su interior.

 

No quiero detenerme más en un pasado que ya no existe. Por eso, esta obra también va a dedicada a aquellos amigos jóvenes que intentan ahora labrarse un camino en el difícil mundo del dibujo, la canción, el baile, la fotografía... Pienso en los obstáculos que tendrán que sortear, de las puertas que tendrán que golpear para que se abran, empujándolas incluso a empellones. Pienso también en las ilusiones que irán dejando atrás, como una carga que un día ya no se sentirán capaces de continuar llevando, y en los puños cerrados, ante las oportunidades que no les serán brindadas. Ojalá lleguen ellos a donde nunca llegamos nosotros, que tengan el premio que se merece su esfuerzo, pero, más allá de los efímeros reconocimientos, incluso de la embriaguez del éxito, ojalá descubran la felicidad en ese empeño, que nunca se apague esa hermosa y pura llama que llevan dentro.

Escucha "Audition - The fools who dream" de la banda sonora de "La La Land" en Spotify

"The good side"

Acrílico sobre papel, 44x44 cm, 2019

 

A principios de 2018 Troye Sivan publicó una canción, “The Good Side”, un tema al compás del 3 por 4 y un delicado aire entre el folk y la electrónica. En su letra narraba el fin de una relación en el pasado. Mientras se disculpaba ante su antiguo amante por haber salido más fuerte de la ruptura y haber encontrado de nuevo la felicidad, por encontrarse en “el lado bueno” de la vida, deseaba que alguna vez pudieran volver a verse y compartir un sentimiento mutuo de comprensión.

 

Más allá de su melodía, su letra me hizo pensar cuántas veces el tiempo te enseña a vivir una misma situación desde dos perspectivas en un principio enfrentadas. Quizás no exista un ejercicio que nos pueda hacer sentir una mayor empatía por los demás y que nos haga comprender que nunca somos poseedores de la verdad absoluta, porque sencillamente ésta no existe.

 

Si era rechazado en el campo amoroso, los años me ponían en la situación de tener que decir que no y entender que tampoco significaba pretender hacer daño a la otra parte. Si en algún momento me mostraba intolerante o poco considerado, un día sufría la experiencia de ser víctima del mismo mal que había sembrado. De igual manera, si tenía algún éxito profesional, la vida me mostraba que del fracaso también podía salir una buena lección. Los aciertos y los errores son caras de la misma moneda en los que el esfuerzo pero de igual manera el azar tienen un papel protagonista. Pero siempre, cuando ocurría que me hallaba en la otra banda de la ecuación, de alguna manera, aquello que jamás había entendido hasta entonces, poco a poco cobraba lógica en mi interior.

 

En realidad, quizás haya una cierta justicia poética en todo ello, como si una mano divina escribiera el guion de nuestras vidas y procurara equilibrar la luz y la sombra, lo bueno y lo malo, en un balance tan frágil como apasionante de vivir.

 

Escucha "The good side" del disco "Bloom" de Troye Sivan en Spotify

"El chico que soñaba con las estrellas"

Acrílico sobre lienzo, 100x65 cm, 2021

 

En los años 60, Holst hacía décadas que había compuesto los siete movimientos de su suite sobre los planetas, y hacía también mucho tiempo que se había abierto camino un nuevo género en la literatura, del puño y letra de Verne o Wells. En el cine, la ciencia ficción era un reclamo para las audiencias de las matinales y las publicaciones pulp construían una inocente iconografía de colores brillantes que ha perdurado hasta hoy en día. Fue en aquel preciso momento, un 20 de julio de 1969, cuando el hombre pisó por primera vez la luna y, con ello, se abrió una nueva era en la que todavía vivimos.

 

El cielo ha sido morada de dioses que hoy languidecen en el olvido de los hombres, como las religiones y tratados de cosmogonía que les dieron carta de naturaleza. Fue refugio de ángeles y de demonios mitológicos, de criaturas celestiales con cuya silueta los antiguos trazaron las constelaciones. Y hoy, a pesar de todos los avances, el universo se resiste a la voracidad de nuestro desvelo y, por cada respuesta con que nos obsequia, como en un incansable juego de gato y ratón, nos plantea el reto de un nuevo enigma. Su verdadera esencia se escapa a las humildes limitaciones de nuestra mente humana.

 

Al respecto, recuerdo como una tarde cogí un autobús desde mi ciudad hasta Àger, a cuatro horas en carretera, un remoto pueblo al sur de los Pirineos. A las afueras del vecindario, en un paisaje deshabitado y silencioso, funcionaba un centro astronómico. La visita incluía una explicación para profanos sobre algunos de esos misteriosos engranajes que rigen la mecánica celeste, una proyección en un pequeño pero digno planetario y después, caída sobre nuestros hombros la noche más cerrada, llegaba el gran momento que todos esperábamos.

 

En un patio del exterior estaba dispuesto un telescopio cuya lente escrutaba un punto fijo de la bóveda celeste. Poco a poco, todos los invitados guardamos el turno en un silencio pulcro, casi reverencial, para asomarnos a las bondades de aquel artilugio. En aquel período del año, nos advirtieron, desde nuestra latitud y longitud, era posible alcanzar a contemplar Saturno y la órbita de sus anillos.

 

Pero Saturno no era el planeta de un ocre liviano que tantas veces había visto reproducido sino una mancha brillante, casi grotesca, recortada sobre un negro intenso. Al principio, aquella imagen me desanimó, desprovista del artificio de las réplicas artísticas que habitan los manuales, hasta que comprendí lo que era en verdad excepcional de aquella velada. Por un instante, con mi miope vista, había divisado un mundo perdido a años luz de donde me hallaba, a una distancia inconcebible para nuestra escala humana tan minúscula.

 

Y desde entonces, cada vez que observo una noche estrellada, sonrío convencido que en un mañana que ya no llegaré a vivir, en un porvenir quizás tan remoto como factible, una persona enfocará con cuidado su equipo hacia el éter, añorando el intenso azul y los remolinos blancos de las nubes arrastradas por la corriente, el delicado tapiz de marrones, verdes y amarillos que entretejen la piel de ésta que es nuestra vieja y hermosa casa

Escucha "Una arquitectura en las estrellas" del disco "Mecánica Celeste" de Rochet&Pizarro  en Bandcamp

"Retorno al reino perdido"

Técnica mixta sobre papel, 44x64 cm, 2018

 

Existía un lugar y un momento donde la magia fue posible, un reino cuyas coordenadas no encontraríamos en los mapas. Ese era un sitio especial, donde la fantasía era ley y sus bosques encantados se hallaban habitados por hadas y duendes, por príncipes y princesas. Aquel era el feudo de la imaginación en el que un día vivimos, y que sólo abandonamos al crecer, sin darnos cuenta que, al traspasar sus lindes, el hechizo se apagaba sin remedio. Aunque lo deseáramos con todo nuestro empeño, nunca podríamos regresar.
 
Dentro de poco llegarán los aniversarios de mis sobrinos. Veo cómo ganan fuerza y estatura cada día, el reflejo del paso de un tiempo que no se detiene, apremiándome a disfrutar de unos años que no se volverán a repetir. Quisiera ser para ambos una pequeña guía y regalarles unos principios, unos valores que les ayuden en el mañana cuando yo no esté, pero también el recuerdo de un ayer que puedan recordar con una franca sonrisa. Y aunque sepa que es una partida perdida de antemano, querría advertirles de que no se hicieran mayores, que crecer es una trampa. Acaso sólo exista un truco y no es otro que conservar el niño que fuimos dentro. Ojalá atesoren esa mirada que chispea curiosa ante lo insólito, pasen los años que pasen.

 

Hayao Miyazaki, el mago de la animación, describió ese tránsito con una extraordinaria sensibilidad en “Mi vecino Totoro”. En la película sólo Mei, la más pequeña de la casa, es capaz de ver los duendes del bosque en un principio, porque aún conserva esa luz irrepetible de la infancia. Pero en la película también se deja abierta la puerta a lo que inexorablemente debe llegar. En la escena final, Totoro observa a Mei y Satsuki alejándose, quizás como una metáfora de aquello que al crecer siempre dejamos atrás: el mundo de la fantasía. 

 

Me gustaría Me gustaría pensar que, durante nuestra ausencia, el reino permanece en silencio, tal y cual lo dejamos, aguardando que sus verdaderos reyes regresen al trono, para reverdecer una magia que duerme. Quizás hemos estado toda la vida esperando ese momento.  

Escucha el tema "Evening wind" de la banda sonora de Joe Hisaishi para la película "Mi vecino Totoro" en Spotify

 

"Elogio a la diferencia"

Mixta sobre papel, 42x42 cm, 2016

 

Cuando era pequeño tenía una amiga que se llamaba Belén. Muchos veranos íbamos mi hermana y yo al patio trasero de su casa y jugábamos en una piscina hinchable hasta que la puesta de sol, más que el cansancio, nos señalaba que era el momento de volver con nuestros padres. Era uno de aquellos afectos tiernos de la infancia, en los que sólo importaba la emoción sincera de encontrarse.

Sin embargo, el cambio del parvulario a escuelas distintas nos fue separando. Con el tiempo, nuevas amistades sustituyeron a aquellas forjadas en los primeros años de vida, dejando en su lugar una cálida huella en el recuerdo.

Mucho más tarde, ya en plena edad adulta, supe a través de terceras personas que aquella niña había tomado una gran decisión. Belén se había convertido felizmente en Moisés. Después de un instante de sorpresa, procuré ponerme en su piel y comprendí que se debía tener mucha entereza para dar aquel paso. Ser consecuente con lo que uno siente, a pesar de los prejuicios y de los rechazos que pueda acarrear, no está al alcance de corazones cobardes.

Romper las convenciones, en realidad, nunca ha resultado sencillo. Quentin Crisp (1908-1999) fue un escritor británico, de afilado verbo y vestimentas femeninas, que bien describe la transgresión como motivo de vida en su libro “El funcionario desnudo”, publicado en el ya lejano 1968. En otro género de transformación, la más reciente “La chica danesa” (David Ebershoff, 2000), sobre la vida de Lili Elbe y Gerda Wegener, puede abrir un debate público más honesto sobre el tema. Ojalá que así sea.

En el transcurso del tiempo, he comprendido que abrazando la diversidad he podido encontrarme. Por las grietas de esas normas, tan severas como en gran medida caducas, la vida siempre ambiciona y logra escapar. La tolerancia nos hace en el fondo a todos más libres. Esa es la más sabia lección de todas. Quienes eligen la libertad, nos hablan cada día con su ejemplo. Ellos abren un camino para que todos a nuestra manera podamos seguirles.
 

Escucha el tema "Hope there's someone" del disco "I'm a bird now" de Antony and the Johnsons en Spotify

 

"Nunca demasiado alto, nunca demasiado lejos"

Acrílico sobre lienzo, 100x65 cm, 2022

 

El 2 de Julio de 1937 el avión que pilotaba Amelia Earhart y su compañero Fred Noonan desapareció cerca de Howland Island en una de sus últimas etapas en su intento de dar la vuelta al mundo en vuelo. Earhart no sólo había sido la primera mujer en atravesar el océano Atlántico a bordo de un aeroplano, en los primeros compases de la historia de la aviación, sino que se había convertido en una verdadera estrella mediática y un referente en la igualdad de género, una lucha con la que se había comprometido activa y políticamente. Con su fallecimiento, con la infructuosa búsqueda de sus restos, sobre el que todavía se proyectan teorías y misterios, nació un mito que perdura hasta nuestros días.

 

Earhart (1897-1937) vivió una época en la que todavía existían muchas fronteras por traspasar. La escala de nuestro mundo era lo bastante grande como para seguir planteando desafíos al ingenio del ser humano, retos para los indomables espíritus de aventura de pioneros como la misma Earhart. Pero ella también se encontró con otras barreras por franquear de una naturaleza muy distinta: las limitaciones que la sociedad consideraba normales frente a una perspectiva de género. En ese sentido, la figura de Earhart logró abrirse paso entre los rígidos muros de la discriminación. Su historia se convirtió en un referente, un ejemplo a seguir para siguientes generaciones de mujeres.

 

Por suerte, la sociedad en la que vivimos hoy es muy diferente a la que acogió a Earhart un siglo atrás. El feminismo, o quizás mejor hablar de los diferentes feminismos que cohabitan en la actualidad, está de pleno en la agenda política, como el propio debate por la igualdad tanto de derechos como de obligaciones entre hombres y mujeres. Sin embargo, sería iluso pensar que esa lucha ya está ganada del todo, que el cielo amanece despejado, sin la amenaza de tormentas cubriendo el perfil del horizonte. Ojalá llegue el día que nadie pueda decirle a otra persona que nunca es demasiado alto, nunca es demasiado lejos para alcanzar con sus propias alas.

Escucha el tema "Horizon" extraído del álbum "Flying" del compositor canadiense Garth Stevenson en Spotify

 

"Bandera blanca"

Acrílico sobre lienzo, 100x81 cm, 2022

 

No hay bandera ni patria que merezca la muerte de un ser humano, no hay gloria en las heridas que uno recibe ni infringe, ni dignidad en las atrocidades de las batallas. Y si el arte ha dotado de una patina mezquina de majestuosidad a la guerra quizás sea porque así convino a sus estrategas en la retaguardia, a quienes detentan el poder pero nunca pagan el precio del sacrificio que les corresponde.

 

Sin duda el gran desastre que supuso la I Guerra Mundial hizo despertar a los jóvenes de una y otra nación de esas nobles pero equivocadas causas por la que se alistaban. Quizás fue la primera contienda en la que deshumanización de las condiciones que padecían las tropas, plagadas por el hambre, el hacinamiento o las enfermedades, y diezmadas por el arsenal químico o la irrupción de la aviación como instrumento de combate, condujo la historia a la paradoja de un callejón sin salida. De seguir su instinto, la humanidad pronto alcanzaría la terrible capacidad de destruirse por completo a sí misma.

 

Así el despertar de cada mañana en la línea de frente se convertía en un frágil regalo de vida y, a la vez quizás, en presagio de una despedida. En ese delicado equilibrio, aquellos reclutas se aferraban a cualquier símbolo que les diera fuerzas para vencer el miedo y luchar. De este modo, algunos dejaban volar el pensamiento hasta quienes anhelaban su regreso mientras otros buscaban en su fe un sentido a aquella barbarie. Había quienes se consolaban leyendo una y otra vez las maltrechas cartas que sus seres queridos un día les habían enviado, como había quienes simplemente intentaban olvidar con algo de tabaco o bebida conseguidos de contrabando. En ocasiones incluso algunos soldados adoptaban un gato o un perro al que cuidar, fuera del fragor de la batalla. Aquellos muchachos no hubieran dudado en disparar a matar a un enemigo pero, en la penumbra moral de la guerra, en la oscuridad de la trinchera, era aquel afecto, el cuidado que daban a un animal inocente el que les impedía enloquecer.

 

Cuentan que la noche de navidad de 1914 cerca de Ypres, unos soldados alemanes empezaron a cantar villancicos para calentar el ánimo y olvidar las penurias que padecían. Al cabo de un rato, los combatientes británicos replicaron entonando otras canciones en su idioma, sospechando que podría ser una treta del ejército contrario. Pero de alguna manera, unos y otros decidieron salir de sus escondites desafiando a sus oficiales, en una improvisada tregua, para compartir tabaco, bebida y enterrar con dignidad a sus compañeros caídos. “Fröhliche Weihnachten!”, exclamaron unos, mientras otros respondían “Merry Christmas for everyone!”. Y entonces una humilde pelota de trapo obró el milagro de conseguir que reclutas de uno y otro ejército acabaran jugando un partido de futbol sobre el lodo, olvidando el dolor y las ausencias hasta que la noche llegó a su fin.

 

En verdad son muchas más cosas las que compartimos que aquellas que nos alejan. Esa es la verdadera lección que nunca alcanzamos a aprender. Sería hermoso pensar que en el mañana el único estandarte que ondee en nuestros mástiles sea la insignia blanca de la paz y que, al callar las armas para siempre, el carcomido espectro de la guerra marche para no regresar.

Escucha el tema "Brothers in arms" del disco homónimo de Dire Straits en Spotify

 

"¡Todos a una!"

Acrílico sobre lienzo, 100x81 cm, 2022

 

Juntos hemos sido capaces de vencer tantos demonios que la duda no es sino porqué siempre nos rendimos sin aprender la lección. Quizás esté en nuestra propia naturaleza el egoísmo, pero la guerra, la pobreza, la enfermedad, como también el cambio climático, la intolerancia, la falta de libertad, son leviatanes contra los que no podemos enfrentarnos atendiendo en exclusiva a nuestros propios intereses, sino tendiendo la mano, superando las diferencias y remando en una misma dirección.

 

Lejos de la grandilocuencia que a menudo habita en la pintura y otras disciplinas creativas, me emociona más el simbolismo de las pequeñas escenas, aquello que sucede ante nuestra mirada de una manera tan modesta, tan discreta, que apenas les prestamos atención.

 

Años atrás descubrí la obra de Michael Ancher, un enorme pintor danés a caballo entre el siglo XIX y XX, cuya obra se adscribe a la denominada Escuela de Skagen. En aquella época, Skagen era un remoto enclave pesquero, no demasiado bien comunicado con el resto del reino, pero que, por azares del destino, se había convertido en refugio bohemio de artistas que se habían acercado al lugar atrapados por la fama de su costa y la cruda belleza de sus paisajes.

 

Ancher, el autor más popular de todos ellos, sin embargo dedicó sus lienzos a dar testimonio de escenas íntimas cuyos protagonistas no eran sino los moradores de aquel pueblo y de los que se erigió en un observador privilegiado. Una de sus pinturas era “Arrastrando una barca al mar” (1881) en la que, como su mismo título describe, Ancher captó el momento en el que un grupo de marinos intentan desencallar su esquife de la arena, frente al resto de la comunidad que mantiene el aliento apoyándolos.

 

La humildad de la escena sin embargo no ocultaba que el sustento de sus familias dependía que aquellos hombres pudieran regresar al mar y llenar sus redes de pesca. Aquí no hay héroes cuyo nombre debamos recordar, ni pomposas gestas de armas o intervenciones divinas, sino el valor de la comunión, del sacrificio por un bien que está por encima de cada uno de ellos y al que se entregan.

 

No sabría decir en qué grado todo lo sucedido estos últimos años, los sacrificios que todos hicimos me condujeron a pensar en esa obra una y otra vez. En ese sentido me gustaría que “¡Todos a una! ¡Estamos en esto juntos!” fuera un pequeño homenaje a esos valores tan humanos como universales que impregnaron siempre la visión de Ancher.

Escucha el tema "Ships sail away" del disco "Hard hearted stranger" de Watchhouse en Spotify

 

"Por arte de magia"

Acrílico sobre lienzo, 100x81 cm, 2021

 

Cada verano, al terminar las clases, los viejos camiones llegaban por la carretera y dejaban su desvencijada carga de remolques de colores en un descampado al lado de la estación del tren. Los trotamundos dibujaban entonces con sus vehículos un círculo imperfecto sobre el terreno y, en medio de ese poblado improvisado, alzaban un castillo de lona roja y blanca cuya corona se podía vislumbrar a una larga distancia.

 

Y cada año, en una rutina inmutable, los niños del barrio se acercaban a espiar las andanzas de los recién llegados, entre los huecos del anillo de caravanas. Aquella no era una tarea fácil porque la compañía tenía sus propios horarios y apenas salía de sus carromatos para ensayar bajo la gran carpa, estirar sus cuerpos enfundados en mallas estrafalarias o fumar un pitillo sentados sobre los baúles que guardaban sus cachivaches. La troupe vivía dentro de un reino ambulante, protegiendo el secreto de su magia de miradas ajenas y aquella reserva, aquel misterio, fuera voluntario o no, no hacía sino alentar nuestro inocente espionaje.

Algunos muchachos que entrenaban no parecían demasiados años mayores que yo pero el resto de esa extraña familia lo formaban feriantes que al envejecer se encargaban de las tareas menos brillantes. Ellos eran los que conducían los vehículos, alimentaban las fieras, atendían las taquillas o los puestos de venta de algodón de azúcar. 

 

Ahora entiendo que ese espectáculo, tan antiguo como humano, nos decía más de la vida de lo que podíamos intuir. Para aquella gente, el circo era un trabajo, pero también una forma de entender la existencia. Puedes buscar durante décadas un lugar al que sentirte unido y nunca encontrarlo y, sin embargo, aquellos vagabundos deambulaban de una ciudad a otra, sin más ataduras que el rumbo dictado por la siguiente función del espectáculo y eran felices.

 

Uno no puede dejar de pensar en los payasos, en los imponentes forzudos o en los trapecistas y equilibristas pero, de toda esa entrañable tribu, el personaje que más idolatraba era el mago. Si era posible adivinar una carta tras otra, o esconder y hacer aparecer las cosas a tu antojo, sería sencillo lograr cualquier meta que te propusieras. Si existiera ese poder quizás hubiera sabido corregir los errores de mi vida, o anticiparlos, pero el destino tiene su propias reglas, como la ilusión sobre la que se construye la magia. El gran truco es no hay trampa que valga, que esas normas no se pueden transgredir y que, en el fondo, para que podamos aprender a ser nosotros mismos y crecer, está bien que así sea.

Escucha el tema "Trampoline theme" de The Irrepressibles en Spotify

 

"Día de baile"

Acrílico sobre lienzo, 100x100 cm, 2022

 

Los prodigiosos años 20, la década que enlaza el fin de la primera gran guerra con el punto de inflexión que supuso la quiebra económica de 1929, se caracterizaron por el anhelo de la gente por recuperar el tiempo y la alegría, puestos en suspenso durante el rigor de la contienda. Al marcado sentido trágico de los años inmediatamente anteriores, se contrapuso un renovado deseo de vivir el momento, al precio que fuera. Aquella desenfrenada fiesta, que quebrantaba la encorsetada moral que hasta entonces regía la sociedad, halló amparo en una bonanza económica que se desmoronó, como un frágil castillo de arena, al final de esa edad dorada.

 

Pero como sucede con cualquier cambio social, en él hubo también sus vencedores y vencidos. Mientras las grandes urbes acogían un mayor número de habitantes, hombres y mujeres atraídos por los puestos de empleo que creaba la industrialización, una mayor comodidad en los servicios y una relativa prosperidad, las áreas rurales se fueron despoblando en igual medida. En metrópolis como Chicago, Nueva York, Londres o París se establecieron en cada esquina teatros de variedades, cinematógrafos, pequeños parques de atracciones y sobre todo, salones de baile para distraer a aquella multitud de jornaleros en sus escasas horas de asueto. En paralelo, gracias al auge de popularidad que los campeonatos deportivos iban adquiriendo, nació un enorme interés colectivo por los premios de competitividad bajo cualquier forma de disciplina. De todo aquel germen surgirían los tristemente famosos maratones de baile.

 

La gente acudía en masa a ver aquellos espectáculos cuya entrada era relativamente barata y que prometían buenos premios a los vencedores. De alguna manera, lo que comenzó como una actividad lúdica esporádica pronto llegaría a convertirse en una moda, cuya popularidad incluso despertó el recelo de los propietarios de salas de cine o teatro y las críticas de las corrientes más humanistas y progresistas. Cuando al final estalló la crisis económica de 1929 y el paro y la falta de oportunidades se extendió sobre todo en las capas más débiles de la sociedad, aquellos maratones de baile se disfrazaron de retorcida lucha por la subsistencia. Las parejas danzaban y danzaban durante jornadas enteras sólo teniendo mínimas pausas para hidratarse o tomar el aire, descansos siempre cronometrados e insuficientes para recuperar sus cada vez más exiguas fuerzas, hasta que los últimos bailarines que perseveraban eran quienes se llevaban el premio a casa.

 

Quizás no hemos cambiado tanto desde entonces, del mismo modo que a veces juzgamos el pasado con una superioridad que no merecemos. En buena medida la clave del éxito de aquellas funciones no era seguir unos pasos de baile fatigados, sino hacer espectáculo de la miseria, como la telerrealidad de nuestros días.

 

Con el transcurso de los años, la recuperación del empleo y el cambio de gustos de la sociedad, los maratones de baile fueron cayendo en el olvido hasta su desaparición. Y, sin embargo, de alguna manera, tal y como expresó Hobbes en su época, bajo otros disfraces, el hombre sigue siendo un lobo para el propio hombre.

Escucha el tema "Midnight lullaby del disco "Closing Time" de Tom Waits  en Spotify

 

"Mushaboom"

Acrílico sobre lienzo, 100x81 cm, 2022

 

Cuando era pequeño un mismo sueño me visitó en más de una ocasión durante las largas horas de la madrugada. Al tocar a medianoche el reloj de pared, me levantaba en silencio de la cama y comenzaba a correr por el pasillo hasta el dormitorio de mis padres, una habitación a la que nunca lograba llegar. La propia velocidad de mis pasos me alzaba en el aire y, en ese estado de la vigilia en el que se confunden lo real y lo imaginario, comenzaba a volar con la mayor naturalidad posible.

 

Leslie Feist publicó en el ya lejano 2004 una canción sobre el hecho de vivir en un pueblo pequeño, sin aparentes alicientes ni expectativas, y la necesidad de tomarse el tiempo necesario para ser feliz. A la canción le acompañó un precioso vídeo en el que la cantante, empujada por su ánimo, se elevaba sobre sus preocupaciones, flotando por el aire, como yo mismo había sentido de niño.

 

Desde entonces, siempre que vuelvo a notar mariposas en el vientre y creo que mis pies empiezan a perder sus pasos izándose sobre el suelo, me sonrío y, como si invocara una vieja palabra mágica, me digo a mí mismo que tengo un día “mushaboom”. Como señala la propia canción, aunque necesitemos muchos años para que nuestro sueldo alcance nuestros sueños, aunque nos descubramos montando un hogar en un humilde rincón alquilado, siempre encontraremos motivos para sentirnos agradecidos, para sentirnos felices por esta imperfecta pero hermosa existencia que nos ha tocado vivir.

Escucha el tema "Mushabooom" del disco "Let it die" de Feist  en Spotify

 

"Oda al amor"

Acrílico sobre papel, 42x42 cm, 2016

 

"Vuelve con frecuencia y tómame, 
amada sensación, vuelve y tómame– 
cuando la memoria del cuerpo se despierta, 
y el viejo deseo corre otra vez por la sangre; 
cuando los labios y la piel recuerdan, 
y las manos sienten como si tocasen otra vez.

Vuelve con frecuencia y tómame en la noche,
cuando los labios y la piel recuerdan."

 

Konstandinos Kavafis escribió este poema sobre el amor y el deseo hace muchos años pero las emociones que describe nos resuenan hoy con la misma viveza que la primera vez que fueron dichas. El amor es la sangre que discurre por las venas de los poetas, el impulso que despierta sus sueños. La pasión es la tinta que, vertida sobre el papel, sacia su necesidad. Se colma línea a línea a través de sus versos.

 

Me pregunto porque nos mueve el aliento del deseo. Quizás somos concebidos alrededor de un vacío atávico y nuestra existencia persigue una plenitud que de alguna manera evoca. El afecto da forma a la persona en la relación a los demás, en la misma medida que el egoísmo o el odio la destruye. Aunque podamos debatir sobre su naturaleza, sobre las diferentes expresiones que es capaz de adoptar, nadie escapa a esa vieja premisa que nos dice que todos necesitamos amar y ser amados.

Escucha el tema "Love" del disco "Plastic Ono Band" de John Lennon  en Spotify

 

"Música"

Acrílico sobre papel, 64x44 cm, 2015

 
Pocas artes reflejan nuestros sentimientos y nos acompañan mejor que la música. Es tal su presencia que cuesta imaginarse nuestra vida sin ella. En una especie de banda sonora personal, algunas canciones subrayan en nuestra memoria aquellos episodios que nos marcaron. En las ondas de la radio, o en la pantalla de un cine, un mar de palabras no atempera el silencio denso de su ausencia.

 

La música... Hacía tiempo que quería trabajar sobre ella pero ¿cómo aproximarse a su complejidad, a su diversidad, en una única lámina? En la imagen una joven escucha atentamente el sonido de una caracola. Varias ondas se propagan a través del aire. En una de ellas encuentran acomodo algunos de los géneros más populares en los que se ha venido a clasificar. Otra onda está consagrada a su 'literatura', la anotación que nos permite escribir y leer una partitura.

 

La orquesta es la protagonista de una nueva sección. Como una gran paleta conteniendo todos los colores, todos los matices, de la mano de un director, la orquesta se convierte al tocar en la máxima expresión de la riqueza sonora clásica. Los instrumentos suelen agruparse en grandes familias (metal, viento, percusión...) pero entre todos ellos destaca la voz, aquel con el que nos ha dotado la naturaleza, en el cuadro es personificado por un coro.

Una mirada al pasado y otra al presente. La música es un hecho cultural que las antiguas civilizaciones ya celebraban en muchos de los testimonios que nos han dejado. En nuestra época, han ayudado a su difusión los medios con los que ésta ha sido grabada y reproducida. Desde el gramófono o la radio al disco compacto, no importaba la distancia. Ellos han sido el vehículo desde el artista hasta nuestros oídos.

 

Para culminar el trabajo pensé en incluir retazos de alguna pieza ya conocida o de algún autor amigo mío. La elección fue difícil, sin duda, debido a la falta de tiempo y al encaje de agendas. Finalmente, los fragmentos dispersos pertenecen al 'Himno de la alegría', un tema universal, que como el propio lenguaje de la música, nos une a todos en hermandad, más allá de cualquier frontera.

Escucha el tema "Music" de John Miles, incluido en su disco "Rebel" de 1976 en Spotify

 

 

 

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